A Hildegard Krohn

[[ Dos poemas de amor de Georg Heym ]]

 

Ernst_Ludwig_Kirchner_-_Liebespaar_(Der_Kuss)
Ernst Ludwig Kirchner, Der Kuss (1930).

HILDEGARD K. ERA UNA JOVEN muchacha cuando el poeta Georg Heym la conoció durante el verano de 1911 en Berlín. Ambos vivían en el barrio de Charlottenburg y mantuvieron una intensa relación amorosa que, a causa de la oposición de sus respectivas familias, siempre se mantuvo en secreto. Claire Jung [1], también poeta y la mejor amiga de Hildegard K., colaboró para proteger y preservar esta relación. Ambas amigas acudían, por consejo de Georg Heym, a los puntos de encuentro de literatos y artistas, como eran el salón de arte de Paul Cassirer, la Secesión de la Kurfürstendamm o la habitación trasera del viejo Café Austria en la Potsdamer Strasse, 28, para conocer a los jóvenes escritores del momento (o como ellos se denominaban, los Neo-Pathetiker) y escuchar cómo leían sus textos o recitaban sus poemas ante un nutrido público que inundaba el pequeño espacio con el humo de sus cigarros, mientras se podían contemplar, a su vez, obras de arte de Kokoschka, Max Pechstein, Ludwig Meidner, Franz Marc, etc.

Hildegard K. y su amiga fueron testigos directos del surgimiento de una nueva exigencia en el arte, un arte lleno de fuerza, que deseaba desprenderse de la ya debilitada, bella y melancólica lírica impresionista. Berlín era la ciudad de los intelectuales que apostaban por un cambio radical no sólo en cuanto a la forma artística, sino también en cuanto al sentimiento vital (eine Revolution des Lebensgefülhs). Hildegard K. era consciente de que uno de los responsables de esa revolución era su amado Georg Heym, de quien podía decirse, tal y como él mismo nos confiesa en sus diarios, que fue únicamente un desajuste cronológico lo que le impidió haber sido Napoleón o Stendhal. Sus poemas estaban siendo publicados en algunas de las revistas más conocidas del momento (Pan, Der Demokrat, Die Aktion), y Ernst Rowohlt, el prestigioso editor, estaba a punto de editarle en Leipzig su primer volumen de poemas: Der ewige Tag. El provinciano Georg Heym se estaba convirtiendo en un gran poeta. Sus amigos, los miembros de Der Neue Club, habían logrado que la ciudad de Berlín se rindiera a sus pies.  

La muerte inesperada de G. Heym, ahogado en las heladas aguas del río Havel en el Wannsee, dejó destrozada a Hildegard y a todo el círculo de colaboradores de Die Aktion, así como a la bohemia berlinesa reunida en torno al célebre Café Grössenwahn de la Kurfürstendamm. Ahora sólo quedaba su obra. De nuevo su editor sacó un segundo volumen de poemas titulado Umbra Vitae (o Schatten des Lebens, como pensaba titularlo el poeta). A este nuevo volumen, que el veinteañero Georg Heym nunca pudo ver publicado, pertenece uno de los dos poemas amorosos dedicados a Hildegard K., Tus pestañas, tus largas pestañas,… que antes fue publicado póstumamente en el nº 7 de Die Aktion, el 12 de febrero de 1912. El otro poema amoroso que presento aquí, Una tarde de otoño, en su momento únicamente vio la luz en Die Aktion.

 

 

TUS PESTAÑAS, TUS LARGAS PESTAÑAS,… (julio, 1911) [2]

 

 Tus pestañas, tus largas pestañas,

El agua oscura de tus ojos,

Déjame sumergirme en ellos,

Déjame ir a lo profundo.

 

El minero desciende a la mina

Y balancea su lámpara lúgubre

Sobre la puerta de los minerales,

Arriba, en la pared de sombra.

 

Mira, desciendo

A tu seno para olvidar,

Lejos, lo que desde arriba resuena,

Claridad, tormento y día.

 

En los campos crece entrelazada,

Allí donde hay viento, ebrio de grano,

Una elevada espina, alta y enferma,

Contra el azul del cielo.

 

Dame tu mano,

Queremos crecer entrelazados,

Presa de algún viento,

Vuelo de aves solitarias.

 

Escuchar en verano

El órgano de las debilitadas tormentas,

Bañarnos en la luz del otoño,

A orillas del día azul.

 

Queremos a veces permanecer

Al borde del pozo oscuro,

Mirar profundamente en el silencio,

Buscar nuestro amor.

 

O bien escapamos

De la sombra de los bosques dorados,

Grandes en una luz crepuscular,

Que roza con suavidad tu frente.

 

Tristeza divina,

Guarda silencio ante el amor eterno.

Alza la jarra,

Bebe el sueño.

 

Y un día permanecer al fin,

Donde el mar en amarillentas manchas

Ya nada en calma hacia dentro

Hacia la bahía de septiembre.

 

Descansar arriba

En el hogar de las flores sedientas,

Mientras abajo sobre las rocas

Canta y se agita el viento.

 

Pero del álamo,

Que se eleva en el azul eterno,

Cae ya una hoja marrón,

Que descansa en tu nuca.

[Traducción de Montserrat Armas]

 

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E. L. Kirchner, Der Kuss (1930)

 

UNA TARDE DE OTOÑO (junio, 1911)

 

Has nacido en un viejo parque de fragancias,

Negras por los olmos y los cipreses,

Que en tu día proyectaron sus primeras sombras.

 

Por qué están tan tristes tus pestañas

Perdidas en la oscura melancolía

Como en el camino otoñal las arpas de un ciego.

 

Antaño visitaste los sauces llorones

Que con presagios tocaron tu coronilla,

Y te viste temblar en pozos profundos.

 

Desde los matorrales, cuando tus hermanas llamaban,

Cuando sus voces claras se perdían lejanas,

Permanecías ensimismada en un sueño,

 

Apoyada, serenamente, sobre un muro bajo,

Y te gustaba que tu frente blanca resplandeciera

En el verdoso cielo de un cansado sol poniente.

 

Nos encontramos en el bosque, bajo una mala estrella,

Donde volaba el ala rubia y velluda de Saturno

Por el enmarañado bosque. Y en la lejanía del bosque

 

El camino halla su salida en la luz del trueno.

Y como endurecida por el sofocante calor se cuajó la sangre

En nuestras manos. No olvides esta hora.

 

Y cuento cada hora que resbala por tus manos

En el aire vacío. Es posible que pronto,

Sola, fijes tus ojos en los muros sin vida

 

Y que se extinga sin ser oído tu grito.

[Traducción de Montserrat Armas]

 

 

Unknown
Hildegard Krohn, hija de un industrial, fue deportada a algún campo de concentración a comienzos de la Segunda Guerra Mundial y asesinada, posiblemente, en 1942.

 

 


 

[1] Sobre la relación amorosa entre Hildegard K. y Georg Heym, y sobre la importancia que Die Aktion tuvo para Georg Heym se puede consultar: Claire Jung, Erinnerung an Georg Heym und seine Freunde. En Expressionismus. Aufzeichnungen und Erinnerungen der Zeitgenossen. Herausgegeben und mit Anmerkungen versehen von Paul Raabe, Walter-Verlag, 1965, pp. 44-50.

[2] Estos poemas han sido traducidos a partir de Georg Heym, Dichtungen und Schriften. Lyrik, vol. I. Herausgegeben von Karl Ludwig Schneider, Verlag Heinrich Ellermann, 1964, pp. 292-293, 315-316.

DEINE WIMPERN, DIE LANGEN…/Deine Wimpern, die langen,/Deiner Augen dunkele Wasser,/Lass mich tauchen darein,/Lass mich zur Tiefe gehn.//Steigt der Bergmann zum Schacht/Und schwankt seine trübe Lampe/Über der Erze Tor,/Hoch an der Schattenwand,//Sieh, ich steige hinab,/In deinem Schoss zu vergessen,/Fern, was von oben dröhnt,/Helle un Qual und Tag.//An den Feldern verwächst,/Wo der Wind steht, trunken vom Korn,/Hoher Dorn, hoch und krank/Gegen das Himmelsblau.//Gib mir die Hand,/Wir wollen einander verwachsen,/Einem Wind Beute,/Einsamer Vögel Flug,//Hören im Sommer/Die Orgel der matten Gewitter,/Baden in Herbsteslicht,/Am Ufer des blauen Tags.//Manchmal wollen wir stehn/Am Rand des dunkelen Brunnens,/Tief in die Stille zu sehn,/Unsere Liebe zu suchen.//Oder wir treten hinaus/Vom Schatten der goldenen Wälder,/Gross in ein Abendrot,/Das dir berührt sanft die Stirn.//Göttliche Trauer, Schweige der ewigen Liebe./Hebe den Krug herauf,/Trinke den Schlaf.//Einmal am Ende zu stehen,/Wo Meer in gelblichen Flecken/Leise schwimmt schon herein/Zu der September Bucht.//Oben zu ruhn/Im Hause der durstigen Blumen,/Über die Felsen hinab/Singt und zittert der Wind.//Doch von der Pappel,/Die ragt im Ewigen Blauen,/Fällt schon ein braunes Blatt,/Ruht auf dem Nacken dir aus.

EIN HERBST-ABEND/ Du bist in einem alten Park geboren/Des Düfte, schwarz vom Ulmen und Zypressen,/ In deine Tage frühe Schatten warfen.//Warum sind sonst so traurig deine Wimpern/In dunkele Melancholie verloren/Wie an dem Herbstweg eines Blinden Harfen.// In Trauerweiden bist du einst gegangen,/Die vorbedeutend deinen Scheitel schlugen,/Und zittern sahst du dich in tiefen Bronnen.//Aus ihren Büschen, wenn die Schwestern riefen,/Wenn ihre hellen Stimmen fern verliefen,/Dann standest du in einen Traum versonnen,//Auf eine niedre Mauer sanft gelehnt,/Und spiegeltest die weisse Stirn so gern/In grüner Himmel müden Abensonnen.//Wir trafen uns in Wald und bösem Sterne,/Da des Saturns gelbhaariger Fittich flog/Durch Waldes Wirrsal. Und in Waldes Ferne//Der Weg im Ausgang stand <im> Donner-Licht./Und wie verstockt von Schwüle sog das Blut/In unsrer Hand. – Vergiss der Stunde nicht.//Und zähle jede, die durch deine Hände/In leere Luft zerrinnt. Vielleicht, dass bald/Du einsam starrest in die toten Wände//Und dass dein Rufen ungehört verhallt.